Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


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Primer Concurso de Relatos Breves

21 DÍAS
de David Carmona Retamar


Vigésimo primer día de confinamiento. Dicen que si eres capaz de repetir una rutina 21 días tu mente y tu cuerpo la aceptan como un hábito. En este caso la excepción confirma la regla.

Salgo a tirar la basura para aliviar la sensación de preso que me invade estos días. Para que dure más la actividad legalmente permitida me voy fijando en el nombre de las calles.

Mi calle tiene nombre de señor mayor, antiguo y serio: José Espiau.

Era un arquitecto insigne, gordo y con bigote del siglo pasado, que construyó muchos edificios ilustres de la ciudad. Era tan importante como para darle mas que una calle una plaza, pues mi calle está inscrita como plaza, pero no tan importante como para darle una plaza amplia y bonita. La plaza José Espiau es mas una casi rotonda, pero rectangular, no muy grande, con dos árboles a cada extremo y comida por los coches a cada lado. La cubierta es de baldosas de acera gris, sin adornos, con adoquines levantados en los bordes por la acción de las raíces de los árboles que ya no caben en esa especie de macetero, pequeño y corriente, donde los han obligado a estar metidos. Aún así cumplen con su ciclo vital y en invierno se quedan sin hojas, enseñando sus raquíticas ramas, grises y fantasmagóricas. En primavera, poco a poco van reverdeciendo y a final de verano empiezan a escupir unos frutos verdes y pegajosos, parecidos a las judías verdes que dejan los coches asquerosos, como vengándose del espacio invadido.

Por lo demás es un lugar tranquilo, con casitas de dos plantas alrededor, señoriales pero venidas a menos. La gente es tranquila, callada y discreta. De vez en cuando, de la ventana del segundo piso de la casa de enfrente, suenan tangos que se mezclan con los ladridos de los perros que salen a pasear por las tardes y con las notas de un trombón.

Cuando salgo de mi calle, o de mi plaza, atravieso la calle de otro señor antiguo y serio, José María Izquierdo, también del siglo pasado, jurista y andalucista. Por eso las casas de esta calle están revestidas de azulejos andaluces, como vestidas para ir a la feria.

José María Izquierdo desemboca en Los Polancos, calle de la que desconozco su historia, pero cuyo nombre imagino que responde a un grupo musical flamenco o de rumba, o una estirpe familiar gitana. También me suena a mestizaje a poblado indígena, busco el significado y encuentro: “Indígena es un término que, en un sentido amplio, se aplica a todo aquello que es relativo a una población originaria del territorio que habita,…” Lo que me recuerda que hay un Polancos en México y que la calle conecta la Avenida de Miraflores con La Cruz Roja, y que hay una Avenida Miraflores en Lima, Perú, que la Cruz Roja está en más de 190 países y que hay un centro de menores de otros países en esta calle.

Llego al contenedor y lanzo la bolsa haciendo canasta. Vuelvo para casa y recorro de vuelta las calles antes mencionadas pero hago trampa y continuo por Polancos para entrar por la calle La María, así alargo 100 míseros metros más el paseo y me da tiempo a pensar el nombre de esta calle, La María. No María, ni María Purísima, ni María Esperanza Macarena…como podría haber sido y es en esta Santísima Sevilla…no,

LA MARÍA.

David Carmona Retamar

-Bases y relatos recibidos-

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