LA CARBONERITA Y EL OLIVARERO
de José María Luján Murillo
Del Postigo del Aceite al Postigo del Carbón,
recita el olivarero <<¡mi aceite, aceite del mejor!>>.
Canta la carbonerita <<¡de encina mi cisco y mi picón!>>
-<< Media de aceite, alegre olivarero,
que el sopor de mi sangre tu color agita>>.
-<< Un saco de tu cisco, carbonerita,
quítame el frío por el que muero>>.
-<<¿Dónde vas, olivarero con tu lagrimar?,
¿qué buscas fuera del Arenal?>>
-<< Al río de plata y oro que va al mar,
al olvido de quien no puedo negar>>.
-<<¿Dónde vas, carbonerita, con ese penar?,
¿qué buscas fuera del Arenal?>>
-<< A ver las velas que van para la mar,
que un olivarero sin mí va a zarpar>>.
El olivarero llora en su soledad:
-<< Sin saber soñar, soñé, Carbonerita,
que contigo está la felicidad>>.
Entre aguas, al mar la pena se encamina:
- << Olivarero, va tras ti mi fatalidad,
tu ausencia es veneno que me asesina>>.
Abraza el río dos cuerpos inertes que de la mano lleva hacia el profundo mar.
Era la carbonerita una joven como de quince años. Cubre su cuerpo entero con una túnica que le oculta la camisa y el pantalón; a la cabeza, un paño reserva su cabello y deja ver dos ojos claros, brasas meleras que atrapan como imán; su boca es pequeña y quizá sea la suya una nariz desafiante; las mejillas tiznadas y una barbilla oscurecida que con los rayos del sol brilla. También se ven sus ennegrecidas manos, grandes para una moza, pequeñas para un zagal. Es en conjunto su graciosa figura del mismo color que su alabada mercancía. Apenas sonríe ni habla, casi todo lo da a entender con su canto y forma de mirar. Mira casi siempre como sin querer mirar, esquivos son sus ojos y lánguido su parpadear, salvo cuando bajo el arco divisa a quien viene desde el vecino Aljarafe, donde trabaja en una hacienda con olivar.
Con su carro y su pregón, anuncia su llegada el alegre olivarero. Más que obtener monedas con su aceite, quisiera unos ojos engatusar y enamorar. Busca y busca entre el hormiguear de los viandantes hasta que dos haces de luz le calman el corazón, son el faro en el mar desbocado que guían sus remos a buen puerto, allí es donde quisiera él descansar. Mas esos ojos siempre vienen y van y se cierran cuando el olivarero con la carbonerita pretende hablar.
-<< ¡Qué ojos más secretos! ¿A qué parte de sí misma mirarán? -se dice el olivarero- ¿Qué es lo que me quieren ocultar?>>
En una de aquellas mañanas de mercado en el entorno de los dos postigos, Cupido se dispuso a disparar caprichosamente sus saetas. En esta ocasión, quiso hacer alarde de buen arquero y lanzar dos a la vez, una de oro y otra de plomo, con lo que a quien le hiriera la primera, quedaría seducido y rendido por quien recibiera la segunda, persona esta que no sentiría sino indiferencia y menosprecio hacia la anterior. Con su sonrisa de niño malcriado, Cupido tensa su arco, cede la presión en la cuerda y dos flechas salen disparadas hacia donde se hallan dos jóvenes que solo se conocen de verse en la lonja. Mas, porque así debió disponerlo el destino, la de oro impactó en el cuerpo de un olivarero y prosiguió su trayectoria hasta alcanzar el pecho de una carbonerita. La de plomo en cambio se perdió por el suelo, entre los restos que los hortelanos y vendedores de aves abandonaban por doquier. Desde aquel instante, cada uno de ellos se sabe rendido al otro y, aunque solo fuera en las horas que entre los dos postigos se ven mientras atienden a su clientela, el suyo es como un amor que existe de toda la vida y que lo será para siempre. Apenas se cruzan dos palabras, todo lo que tienen que decirse, se lo expresan con la mirada.
Un día de otoño, entre los dos postigos del Arenal, muchos comentan asustados que un rey cristiano, de Sevilla se quiere adueñar. El olivarero está asustado; en su casa, todos oran por Alá. Tiene cuatro hermanos menores, la madre falleció por unas fiebres años atrás y su padre está inválido pues quedó lisiado cuando era un soldado del comandante Axataf.
La carbonerita es judía y no sabe si los cristianos todo lo quieren arrasar. Busca temerosa la tierra firme del muchacho del olivar y a él se abraza ella bajo la lluvia de ese día de noviembre.
-<< Vente conmigo, carbonerita, mañana nos vamos en velero hacia otras tierras que están más allá del mar>>.
-<< No puedo, olivarero, no puedo contigo estar. Nací varón, mujer me siento y de ti me hube de enamorar. Si así me amaras, donde quiera que fuéramos, sería lo nuestro huir y huir del castigo de los demás>>.
Triste el olivarero, sus ojos lagrimados colmarían el inmenso mar.
Llora la carbonerita, su pesar es profundo como el mar al que su amado va.
Del Postigo del Aceite al del Carbón, la carbonerita cosiendo su pena viene y va; quiere revivir las veces que por ellos a quien ama veía llegar.
Se va la carbonerita contrita camino del Arenal y allí solo ve a lo lejos las velas del velero que lejos está.
En pos de la nave, su cuerpo el río hasta el mar llevará. El olivarero, al verla, se lanza al agua, la quiere rescatar. Sus cuerpos, asidos de la mano, son mecidos por la corriente y así por siempre permanecerán.
José María Luján. Sevilla abril de 2020-Bases y relatos recibidos-
