LA MEMORIA DE UNA CERILLA
de David Carmona Retamar
Ella mira fijamente extinguirse la llama de la cerilla, y un sentimiento de vacío y desahogo le recorre todo el cuerpo:
“¿qué coño hago en la cocina de otra buscando una caja de cerillas?”
Le pega un par de caladas al cigarrillo mientras recorre el pasillo hacia el dormitorio.
-¿Las encontrastes?- pregunta él desde la cama.
Ella se apoya en el marco de la puerta y le lanza la caja de cerillas.
-Estaban detrás de las galletas- contesta ella.
Él se enciende el cigarrillo y apaga la cerilla sacudiendo la mano. Abre la caja y guarda la cerilla apagada junto a las otras:
“tengo que volver a poner la caja en su sitio después”-piensa él.
Ella sigue todos sus movimientos con la mirada. Va repasando las partes del cuerpo que más le gustan de él, como fotografiándolas.
Él se incorpora sobre la almohada y cruza las manos detrás de la cabeza mientras sostiene el cigarrillo entre los dientes.
-Mira, como ese tío de la película en blanco y negro que vimos…-dice sonriendo pero dubitativo.
-Michel Poiccard- dice ella, mientras se recuesta en la cama a su altura.
Pega una calada al cigarrillo y exhala el humo hacia el techo de la habitación, lentamente, subiendo un poco la barbilla, como en un largo suspiro, casi desinflándose. El humo queda suspendido en la habitación filtrando un azul metálico que se funde con el naranja de las farolas de la calle que se cuelan por el ventanal.
“Es lo que más me gusta de esta casa, esa luz que entra a primera hora de la mañana. No sé si pasará lo mismo en las otras habitaciones”- musita ella en voz baja.
-No sé, nunca me he fijado- contesta él.
Ella recorre de nuevo la habitación con la mirada, pero esta vez va fijando en su mente detalles que otras veces no dio importancia: el color de los muebles, aséptico, modernos pero impersonales, caros, seguramente muy caros y elegidos por ella ante el falso entusiasmo de él. Seguramente, imagina ella, fueron antes de comprar el piso a algún gran almacén, agarrados de la mano, por matar la tarde algún sábado.
“Debería darme prisa para lavar las sábanas y limpiar el cuarto de baño. Le diré que he vomitado por la cena de ayer y las cervezas que me tomé con los amigos”-piensa él.
Ella empieza a contar mentalmente las veces que se han visto, desde que coincidieron en un bar y él le entró con un “¿hola estás sola?”. Y aunque se había jurado no contestar a ningún tío que le entrara de esa manera, vio algo en sus ojos que le llamó poderosamente la atención:
Era el color, algo parecido al destello azul que ocurre un segundo después de encender una cerilla y antes de que la llama quede estable en el naranja que quema la madera.
Siguió repasando mentalmente todos los encuentros hasta hoy, bueno hasta la noche que acaba de terminar, y en ese justo momento pensó que todo había sido como la vida de una cerilla, y recordó el momento, hace unos minutos, en el que sopló la llama en la cocina después de encenderse el cigarrillo.
En ese momento, la luz de la habitación cambió, tornó de rosa a blanco pálido, casi brillante, atisbándose los primeros rayos de sol.
Ella se levantó sin soltar el cigarrillo, rebuscó su ropa a los pies de la cama y se vistió apresuradamente mientras notaba los ojos de él recorriendo su cuerpo.
-¿Nos vemos el jueves que viene?- preguntó él.
-No sé, te llamo- dijo ella apagando la colilla en el marco de la puerta.
David Carmona Retamar-Bases y relatos recibidos-
