Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


Actividades
Realizadas lupa

Primer Concurso de Relatos Breves

NO NOS MIRAMOS SIQUIERA…
de David Carmona Retamar


-No nos miramos siquiera, ni hace falta ya,-dijo ella mirando el techo.

A fuerza de ver pasar los días, las horas, los minutos y hasta los segundos, los dos habitantes de esa casa confinada, de esa vida reducidla a cuatro paredes, habían entrado en un letargo infinito. Un letargo que había vuelto mecánicos los movimientos más básicos y necesarios, olvidando todos los demás.

Esos dos cuerpos deambulaban de un lado a otro de la casa sólo para cumplir las tareas vitales más básicas; de la cama a la cocina, de la cocina al sofá, del sofá nuevamente a la cocina y de allí al dormitorio, pasando por el cuarto de baño.

El confinamiento se había ampliado sin fecha de fin y el verano había llegado a esa ciudad del sur implacable y más feroz que nunca. El día y la noche se iban sucediendo con el común de una temperatura asfixiante. Los continuos cortes en el suministro eléctrico obligaban a abrir las ventanas una vez que la temperatura de la casa subía de los 35 grados. El sudor que empapaba las sábanas de la cama era lo único que unía a esos dos cuerpos en un mismo espacio.

Los dos habían dejado de contar los días. Solo eran conscientes de que pasaban las semanas por el paquete de comida que aparecía en la puerta del domicilio. Ya no discutían sobre quién o quienes lo dejaban: el ejército, la cruz roja… ya no importaba, el hecho era que lo recibían como todo el mundo todas las semanas.

La gente había dejado de asomarse a las ventanas como todos los días al caer la tarde. Las televisiones y las radios ya solo ofrecían programas y música enlatada de sus hemerotecas. Canciones, películas y programas audiovisuales se repetían una y otra vez a lo largo del día, todos los días. Solo tres veces al día, coincidiendo con el horario aproximado de comidas, una voz, que en principio era femenina y que ahora se había tornado masculina y autoritaria, informaba que ya quedaba poco de confinamiento y que todos permanecieran en sus domicilios. Hacía meses que las redes habían caído y las webs colapsado; ya no quedaban nuevos libros que leer en casa.

Llego el día en que ya no recordaban porqué estaban confinados en esa casa. No recordaban sus nombres ni se reconocían. En ese momento, perdieron el miedo porque perdieron la conciencia y salieron de la casa, semidesnudos y descalzos. Recorrieron las calles y se fueron cruzando con los que, hace mucho tiempo, habían sido sus vecinos.

Cuando se cansaron de andar se sentaron en los bancos de una gran alameda. La gente iba llegando de distintos lugares y se iban sentando en el suelo, debajo de los árboles, en las fuentes…y empezaron a mirarse y a recordar quiénes eran y porqué estaban allí. Empezaron a hablar unos con otros y una fina lluvia comenzó caer suavemente sobre la ciudad.

David Carmona Retamar

-Bases y relatos recibidos-

Sello