PASTILLAS Y BOLSOS
de David Carmona Retamar
Cuando abrí los ojos aquella mañana Lucía ya no estaba en el lado derecho de la cama. En ese momento no me pareció ninguna novedad, era algo que ocurría a diario. A esas horas ella solía ocupar el suelo de la habitación que yo usaba como despacho para hacerse con los primeros rayos de sol que entraban por el gran ventanal que daba a la Avenida de las Aves. Nunca objete nada a tal hábito, pues era tan necesario para ella como para mí el primer café de la jornada. Cuando fui a ya no estaba. Encendí el ordenador y opté por dejarla descansar; seguro que estaría sobre los mullidos cojines del sofá algo perezosa aún. Dos horas más tarde no la encontré en casa, se había ido. Sentado en el suelo crujía cada uno de mis dedos con la mano contraria tratando de convencerme de que aparecería en cuanto menos lo esperase.
Los meses que había vivido con Lucía en ese piso fueron diferentes a cualquier otra experiencia, aunque he de reconocer que al principio la tomé como un pasatiempo para llenar mis días de recuperación de alguna aventura acabada. Pero pronto algo cambió. Algunas veces me quedaba mirándola fascinado y reflexionaba en torno a una pregunta recurrente durante todo ese tiempo: ¿era la belleza realmente algo subjetivo? Cuando ella notaba mi punzante atención sobre su cuerpo siempre me respondía con una mirada penetrante que mantenía hasta que yo retiraba la mía hacia otra realidad siempre menos seductora. En alguna ocasión volví la cabeza hacia ella tras unos minutos y comprobé que aún seguía observándome. ¡Insumisa y enérgica hasta lo insospechado!
Semanas antes de su partida había tenido una fuerte discusión con Ximo, uno de mis grandes amigos y no el único que experimenta reticencias hacia Lucía aunque sin duda el más valiente a la hora de manifestar las mismas; que si nunca ha visto un ápice de calidez en su mirada, que es desafiante y desconfiada, que si adopta rápidamente una posición de ataque a la mínima que intentas aproximarte a ella o que no aprecia una belleza en su rasgos que no posea otra con sus mismos años. Pero lo que hizo diferente aquel día fue escuchar que no existía complicidad entre nosotros y que yo solo sentía un cariño extraño hacia ella que jamás sería correspondido ni aunque viviéramos juntos cien años. A pesar de ello sé que no deja de preguntar por mí a los demás hipócritas de la pandilla que vienen a verme para intentar arrancarme de la cabeza aquello que llaman una historia ya pasada; una obsesión enfermiza que acabará conmigo.
Sin embrago, Raquel es diferente. Ella es una vieja amiga que en otra época fue algo más. La conocí hace cinco años cuando me mudé a este bloque y es quien mejor me ha comprendido desde entonces, en el sofá, en la cama o en aquellas noches de verano en la que hablaba conmigo hasta el amanecer sentada sobre la lavadora y mostrándome las impresionantes piernas que salían de aquel escueto pantalón de pijama mientras mordía una manzana. Al principio pensé que sentiría celos de ella por no dejar de mirarla, por sentir esa ilusión desmedida, por no poder disimular la ceguera en la que estaba inmerso… Pero me equivoqué rotundamente. Ella cree firmemente que Lucía podrá llegar a sentir con el tiempo algo especial hacia a mí, que la ve bien conmigo, aunque ha apostillado en más de una ocasión que necesita su propio espacio y que por más que me esfuerce en retenerla a mi lado no tardará en obedecer a aquello que llama “su irrefrenable instinto de escapada.”
Finalmente, tras unos días sin hallar el más mínimo rastro de Lucía decidí acudir a la policía. Sabía que incluso podría tener problemas, pues no poseía ningún documento que acreditase un vínculo legal entre ambos, pero me senté ante el funcionario y le conté lo sucedido como quien habla con un especialista que no duda en impostar una mueca de normalidad ante lo más aberrante que pueda escuchar. Durante el interminable martilleo de teclado que acrecentaba la fuerte cefalea producida por varias semanas de insomnio decidí fijar mi atención en todos esos carteles de jóvenes desaparecidas que estaban pegados sobre la pared. Fue entonces cuando me pregunté el porqué de que todas las vidas no tuvieran el mismo valor para la mayoría de la gente. ¿Hasta qué punto puede el ser humano permanecer indiferente? Tras recoger los datos el policía me miró fijamente y espetó:
- Voy a ser lo más claro posible. Esto va a dolerle pero ha de mantenerse dentro de la realidad.
- Adelante, es lo que llevo buscando a lo largo de varias semanas –contesté mientras noté que se me helaban los brazos.
- Es muy probable que usted no vuelva a saber nada más de ella, la mayoría, y más siendo tan jóvenes, caen en las redes del tráfico. Ha venido tarde y probablemente llegamos tarde…
- ¿Podría encontrarla en algún sitio de la ciudad? He registrado varios lugares…
- Podría -me interrumpió vacilante- pero con el tiempo que ha pasado puede que ya no esté ni en el país. ¡Quién sabe si retenida en algún piso a la espera de un comprador! Las mafias las venden a cualquier monstruo encandilado ante una piel joven. ¡Créame que haremos lo posible!
Por las noches, y gracias a las pastillas que me ha recetado mi médico de cabecera, suelo caer rendido al agotamiento sin acordarme de algún posible sueño a la mañana siguiente. Pero con la llegada de las primeras horas de luz es cuando siento la falta de aire, los mareos, los sudores fríos, el temor al encontrarme solo e inerme. Sé que es el miedo que me producen los peores augurios: Lucía en un callejón amenazada por cualquier depravado sediento de cumplir sus deseos más siniestros y al que seguramente ella acudió siguiendo sus ansias por saciar un hambre que yo no supe adivinar.
Esta mañana ha sido la peor. Con los ojos abiertos y sin poder moverme de la cama me he visto ante un escaparate, muerto de miedo, contemplando unos tacones de aguja y un bolso.
- No debes preocuparte. Eso le ocurre a todo el mundo alguna vez, es una sensación aterradora que deriva de no poder mover ni un solo músculo de tu cuerpo a pesar de que exista la voluntad de ello. Se llama parálisis del sueño.
- ¿Y qué puedo hacer cuando me entre la parálisis esa?
- Nada. Eso es algo inevitable. ¡Vaya! Es ya la hora. No dudes en adelantar la cita siempre que lo necesites, pero eso sí, con antelación por favor. He tenido que cancelar la cita en la peluquería canina. ¡No te imaginas cuánto sufre mi perro si le cepillas con el pelo lleno de nudos!
- Pero entonces…
- Valora en retomar tu vida desde donde la dejaste antes de introducir a Lucía en ella. Esos son los deberes que has de hacer estos días. ¿Qué hay de Raquel?
- No es tan fácil olvidar algo…
- Mira, seguro que la gente que compra esas horteradas no sabe ni que lo que llevan puesto comía un ratón a la semana. ¡No obstante los seres de sangre fría son demasiado veloces al realizar su ataque, pues sus presas les ponen en bandeja el mayor de sus miedos! ¿Acaso no habías pensado eso antes?
David Carmona Retamar-Bases y relatos recibidos-
