Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


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Primer Concurso de Relatos Breves

SU PELO ONDULADO…
de Miguel Martínez Mora


Capela de Nossa Senhora do Mar, Zambujeira do Mar,
de Miguel Martínez Mora
Capela de Nossa Senhora do Mar, Zambujeira do Mar,
de Miguel Martínez Mora

El calor allí abajo era sofocante. Los reactores emitían un zumbido infernal, pero no eran capaces de amortiguar los ecos de la batalla. Subió el volumen de la música. Starway to Heaven, Led Zeppelin, de su discoteca era el período que más le emocionaba, finales del siglo XX.

Los bramidos del sargento Moya no se hicieron esperar. Sabía que más temprano que tarde vendrían por él. Jimmy Page atacaba el solo con su Telecaster cuando sintió el empujón que le hizo retroceder.

—¿Qué mierda haces todavía aquí, Martínez? ¡Deja lo que estés haciendo y sube cagando leches!

El sargento desapareció por el pasillo 21 gritando a todo el que se cruzaba en su camino, gente que iba de aquí para allá sin aparente destino. Fue entonces cuando recordó que en el momento de firmar el contrato en el que se le asignaba un puesto de mecánico de segunda categoría también aceptaba la remota posibilidad de tener que integrarse en un batallón, o sea, ir al frente. Aunque le aseguraron que era impensable, que nadie en su puesto había cogido nunca un arma en cuarenta y tantos años, la mínima posibilidad se estaba materializando en ese instante.

Su compañera Bueno, responsable de las comunicaciones con el nivel superior le miró con aire consternado. Tal vez porque pensase que ella sería la siguiente. Desconectó la música con un parpadeo. Subió las escaleras amarillas y se introdujo en el elevador donde ya estaban otros dos que venían del nivel inferior, la letrina, su olor los denunciaba. Y sus ojos delataban el pavor que sentían.

Ninguno dijo nada durante los tres minutos y medio que duró el trayecto hasta el enorme hangar donde cientos de soldados se apresuraban a formar sus escuadras bajo los gritos ensordecedores del teniente Astola. También reparó en los que entraban sangrando, sus trajes destrozados, los cascos atravesados, y se agolpaban a las puertas del módulo sanitario. Sentía una sed terrible. Probablemente el traje llevara una provisión de líquido, como había visto en las películas. Fue cuando apareció tras los gruesos cristales de la enfermería vestida con una bata de plexiglás celeste la doctora Montero. La había visto una vez. Haría un par de años, cuando se cortó con una esquirla de la palanca del buje. Era preciosa, su pelo ondulado…

No le dio tiempo a recordar nada más. El sargento Moya le volvió a empujar señalándole una hilera de trajes color verde oscuro que colgaban de un soporte metálico alargado. Mientras se enfundaba el mono plagado de sensores, cables, compartimentos, bolsillos y le ponían el casco negro que le apretaba la nariz contra el visor decidió repasar uno de sus recuerdos preferidos: cogía melocotones a las orillas del Guadalquivir, era muy joven, tenía el pelo largo y bromeaba con sus amigos…

El click del ordenador del casco le sacó del sueño. El sistema se abrió en breves segundos mostrándole una visión azulada del recinto y un mensaje grabado del Presidente García, jefe de la Unión de Países Meridionales, en el que se le exhortaba a defender los valores intrínsecos de nuestra democracia contra los enemigos del Verdadero Orden, el Conglomerado del Norte, que después de 135 años iba ganando la guerra. Valiente hijo de la gran puta, pensó.

Otro soldado, al que no pudo reconocer, le puso en las manos el AK47plus, una reliquia modificada para albergar el cargador triple láser pero que seguía siendo un arma magnífica y le dio un golpe en el casco.

Le ordenaron ponerse tras un hombretón cargado con un semicañón de fotones y avanzó a trote cochinero hasta la compuerta desde donde se filtraba la luz mortecina de un amanecer teñido de gris, donde estallaban los proyectiles contra el escudo térmico. El tipo que iba detrás le empujó para saltar a tierra. Astola en persona comandaba el pelotón. Sus órdenes aparecían detalladas en el visor del casco: avanzar, disparar, mantener la posición, avanzar.

Los ojos le lloraban, el ruido era insoportable, la garganta le escocía y no le quedaba saliva para suavizar el dolor. Recordó las prácticas de tiro. Hacía tanto tiempo. Apretó furiosamente el gatillo sin saber exactamente donde apuntar. Recuperó el aire, oyó las últimas indicaciones de Astola… la doctora Montero…

Esquivó la primera ráfaga pero no la segunda. Las microbalas le desgarraron el traje a la altura del pecho, después notó el ardiente paso del láser a través de los músculos de la pierna derecha. Cayó entre polvo, piedras y fango apretando el gatillo hacia nada, pero antes de que su casco se fundiera en negro tuvo tiempo de conectar con otro de sus recuerdos implantados:

Veía el atardecer junto a la ermita de Nuestra Señora, en Zambujeira do Mar, en la Costa Vicentina, en sus auriculares sonaba Carried Away , Crosby, Still & Nash, en los albores del siglo XXI. Antes de la pandemia.

Miguel Martínez Mora, abril 2020.

-Bases y relatos recibidos-

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