EL BAÑO
de Elena Torres Quero

Y así, sin avisar, a traición, empezaron a fallarle las piernas. Sabía de la rapidez de ese proceso implacable, qué vértigo, casi una náusea.
Ya no podré volver a andar. Y tú, –no me mires así- vas a tener que cuidarme. Sé que estás asustada también. Pero ese rencor que se te asoma a los ojos, me congela. Demasiado sacrificio en el final de este viaje estéril.
Fue entonces cuando la contrataron. Todavía darle de comer y atenderlo en lo más básico, pase; pero bañarlo, tanto peso, su mujer tan mayor… Toda la familia estuvo de acuerdo. Total, el coste iba a ser mínimo. Los sueldos son ahora tan bajos… Él ahí no tenía nada que opinar.
El primer día que apareció fue como si se abriera una ventana. ¡Qué joven! Mirando la punta de sus pies, un poco tímida, contestaba que sí, entiendo todo. A partir de mañana, de lunes a viernes, vendría cuatro horas a casa.
Para ocuparse de él.
Pobre niña, tener que atender a un viejo inválido que ya no sueña con nada… No quiero que esas manos pequeñas se entretengan en mi cuerpo tan triste.
Aunque ¡qué fácil con ella! ¡Qué delicadeza cuando lo llevó al primer baño! Le quitó el pijama sin mirarlo, concentrada en los botones, mientras canturreaba una melodía en un lenguaje extraño. –Es guaraní, dice, y le explica que a su hija chiquita le habla en esa lengua para que nunca, nunca, se olvide de su gente. Inclinada sobre él, pelo brillante, brazos suaves, olía a algo que había soñado cuando joven. Creyó que le sonreía. Cerró los ojos.
Cuando quiso darse cuenta, estaba sentado en el sofá, bien peinado y perfumado. Y la oyó en el ajetreo de otras tareas, como una presencia de pájaro. Su olor persistió en la estancia horas después de marcharse.
Esa rutina lo hizo revivir. Una noche soñó con ella. Sus piernas eran sus piernas, y su voz, la de un muchacho. Su voz joven la llamaba por su nombre. ¿Qué le decía ella con esa lengua de música? Y se sintió viajando por su cuerpo con sus manos, con su lengua, con sus ojos, primero suavemente, explorando cada espacio, un martillo su corazón, manoteando en su olor, sus ojos turbios, adentrándose más y más, convertido en un feto que se instalaba para acariciar también sus tripas.
Por la mañana estuvo algo nervioso, esperándola. La charla alegre mientras lo llevaba al baño. Esta vez no cerró los ojos. Su pecho casi le rozaba la cara al inclinarse, moviéndose, compás, compás, con su respiración. De nuevo ese olor… Notó cómo su sexo se despertaba con los recuerdos de la noche y se removió, incómodo. –No se preocupe… Y lo cubrió con su mano, con inocencia, quitándole la vergüenza, mientras seguía enjabonándolo sin prisa, y él podía sentir su sangre deslizarse, espesa, lenta, lenta, así, como esa esponja, abrasado por su mano. El olor se convirtió en atmósfera y él ya sólo podía respirar allí.
Más tarde, cuando se vio sentado en el sillón, peinado y perfumado, se preguntó si había sido real. En ocasiones, cuando no estaba, oía su canción. Y la sentía por las noches a su lado. Empezó poco a poco ese deambular por el frágil precipicio que une el sueño y la realidad. Y sólo algunas pocas veces, cuando todavía recordaba quién había sido, caía en la cuenta de que quizás también le estaba fallando la cabeza. Pero no le importó.
Elena Torres Quero-Bases y relatos recibidos-
