Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


Actividades
Realizadas lupa

Segundo Concurso de Relatos Breves

HOMBRE PRECAVIDO VALE POR DOS
de Palomita con gafas


Sus manos removían el manto de hojas que había cubierto por completo el sendero. Nervioso, sudando en pleno invierno, jadeaba y maldecía removiendo la espesa capa de hojas multicolor que el otoño había dejado en el camino. Andaba en las cuatro direcciones de los puntos cardinales, y volvía sobre sus pasos, una y otra vez.

No podía estar muy lejos. Procuró visualizar en su mente el recorrido que había hecho desde que salió de la casona al amanecer. Sabía que lo llevaba al salir, aunque no hubiera mirado dentro del bolsillo. Hay presencias que se notan no solo por su forma, sino por la sensación de magia, de talismán que representa tenerlas.

Estaba seguro de que, durante la bajada hacia el arroyo, aún lo llevaba. Fue en la travesía de la enramada cuando notó un bocado, un vacío, en su estómago. Se sintió como desnudo y abandonado. Recordaba que se había parado en seco, como si le hubieran extirpado las fuerzas de golpe. Se palpó el bolsillo y unos sudores fríos le corrieron por la frente. ¡Había perdido las palabras de más de tres años! ¡Había perdido las frases de ternura, mimo, desaliento y deseo de más de tres años!

Luis, su fiel compañero de caza, le preguntó qué le sucedía, pero él no contestó. Continuó caminando, muy atento, para poder desandar el camino cuando lograra quedarse a solas.

Era el día de cacería más largo de su vida. Las horas no avanzaban; las presas parecían extinguidas. Cuando al fin había blancos fáciles para no errar, sus ojos no veían las palomas, solo era capaz de pensar en las frases perdidas: “te añoro, deseo tus brazos…”

Luis le recriminaba entre risas que no acertara ni un tiro. Y él continuaba absorto, pronunciando para sus adentros los mensajes perdidos que, de tanto leer, se sabía de memoria: “no existo si tú no me piensas”, “el día está claro como tus ojos”…

¡Qué paloma podía importarle!, ¡qué presa merecería la pena, sin las palabras de ella!

Al fin, a solas, volvió a recorrer todo el camino. Daba patadas inmensas que levantaban los trozos de tierra como si fuera una excavadora. Se tiraba al suelo y arremolinaba las hojas haciéndolas caer, tamizándolas con su mirada, en busca de su tesoro perdido. El corazón le palpitaba desbocado. Hacía más de un año que no la veía; puede que ya no volviera a encontrarse con ella nunca más, pero, al menos, le quedaba el consuelo de sus palabras…, y, ahora, las había perdido.

Pulsó las teclas de su móvil, una y otro vez, pero no había respuesta. Todo, todo perdido: los buenos días de tanto tiempo, los deseos y abrazos antes del sueño…

El desaliento le nublaba la vista y parecía estar sordo. Corría como un loco hacia atrás, hacia adelante. El bosque era una trampa que había engullido lo poco que le quedaba de ella.

Hundido, se sentó en el tronco de un árbol y permaneció en silencio tratando de grabar definitivamente las palabras de tantos años, de tanto amor.

Marcó, ya sin esperanzas, el número de teléfono, y de pronto percibió un sonido, no tanto con el oído como con el corazón. Su palpitar le encaminó a un hueco que había cerca del arroyo, y allí, iluminado en la pantalla, estaba el rostro que acurrucaba cada noche en sus pensamientos.

Abrazó feliz el teléfono móvil recuperado y se alegró de su costumbre de tener dos teléfonos móviles.

Palomita con gafas



-Bases y relatos recibidos-

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