Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


Actividades
Realizadas lupa

Segundo Concurso de Relatos Breves

VIVIR EN MEDIO DE LA NATURALEZA
de Marina Molano San Miguel


MM— ¿Sí? ¿Quién llama?

VOZ— Buenas noches. Le ofrezco tiempo para escucharla.

MMS— ¿Cómo se le ocurre llamar a estas horas?

VOZ— ¿Tiene usted a alguien con quién hablar? — ¿Nos podemos tutear?

MM— Sí, claro. No siempre. ¿Pero quién es usted?

VOZ— Ahora puedes hacerlo. Habla de lo que quieras. Soy toda oídos.

MM— Pensé que estaba preparada. Que había cambiado. Que controlaba mejor el mundo de afuera.

VOZ— ¿Qué te ocurre? ¿Lloras?

MM— Aislarme no bastó. Ni perder cada día un poco más de todo lo humano. Vivo en un vacío, por extraño que esto parezca. Estoy cansada de intentar encajar en este agujero de la Vía Láctea. Quería escapar. Encontrar una salida. ¿Quién eres?

VOZ— ¿A qué tienes miedo?

MM— A que me coma el lobo.

VOZ— La narración de la historia son las gafas para verte mejor. Debes entrar en el bosque. Comienza a narrar.

MM— Cuando acabó el confinamiento que tuvimos durante la pandemia, sentí un deseo muy grande de estar en medio de la naturaleza, una llamada muy fuerte de amor y de paz. Pero me encontraba atada.

VOZ— ¿Cómo atada?

MM— Atada a mi vacío. Atada la rutina en que todo termina convirtiéndose.

VOZ— ¿Qué representa para ti la naturaleza?

MM— Una amiga con la que se puede hablar, la escucha perfecta. La comunicación perfecta, más bien. Solo hay silencio, pero no vacío. La esperanza de un presente mejor.

Entonces, como por arte de magia, apareció la posibilidad de comprar una Mobil-home; una casa con ruedas. No me pareció cara; era de segunda mano. Dije sin pensarlo mucho «Sí, la compro».

VOZ— ¿Dónde pusiste la Mobil-home?

MM— Nunca tuve tierras ni campos que vallar. Nunca tuve un pueblo donde veranear. Sin posesión. Pero poseída. Prisionera en un vacío.

La casa la puse en una parcela de un camping. En la naturaleza que me pude permitir. Y allí quedó solitaria la Mobil-home. En medio de una parcela sin vallar.

VOZ— El tiempo corre.

MM— ¿Cuánto tiempo me queda?

VOZ— No soy una terapeuta. Pero el tiempo se agota sin darnos cuenta.

Son ya las tres de la madrugada.

MM— El primer día que llegué a mi nueva casa me encontré un coche aparcado en mi parcela. Llamé a recepción para que lo quitaran. Al dueño del coche le molestó mucho que yo no le dejara tenerlo allí aparcado. Era un hombre mayor que estaba acampado, en una zona para las roulottes, al otro lado de la calle interior, justo enfrente donde estaba mi Mobil-home.

Las roulottes costaba trabajo verlas, tenían por delante todo un campamento montado de avances, tiendas cocina, carpas, suelos y sillas de plástico.

MM— Estando por allí mirando el lugar, me doy cuenta de que la señal que estaba pintada en el suelo indicando la linde de mi parcela, ya no estaba. Había desaparecido.

VOZ— Llora todo lo que quieras.

MM— En cuanto pude fui a hablar de lo sucedido con el gerente y me dijo que la señal que marcaba la linde de mi parcela nunca había estado allí. «Pero yo la he visto pintada en el bordillo de la calle» «¿Cuántos metros son de parcela?», Le dije, sabiendo yo que eran 10 metros el ancho acordado. El no dijo nada. Se quedó callado. «¿Dónde está entonces mi linde?» Le pregunté asombrada. Permaneció mirándome callado. Hasta que se quitó de en medio, dejándome a mí en una especie de limbo terrenal.

La mayoría de las personas de al otro lado de la calle interior, eran viejos. Formaban un grupo muy homogéneo en su manera de vestir y en el moreno intenso de la piel. Y todos curiosamente tenía una bandera de España colgada. Era un grupo muy organizado, que se juntaban todos para hablar afuera. Todos habían empezado a ir al camping de jóvenes y se habían ido reproduciendo bajo el ardiente calor de los plásticos y sus familias habían ido creciendo más y más con el paso de los años. Todos me observaban sola allí en medio.

Cada vez que llegaba al camping estaba el coche del viejo aparcado en mi parcela. Y cada vez yo tenía que llamar a recepción para que le dijeran al viejo que quitara su coche.

VOZ— Respira, respira. No pasa nada.

MM— Un día llegué y me encontré una Mobil-home en la parcela colindante a la mía, con su porche de madera ya hecho y todo. Sin separación alguna entre las dos parcelas, el hombre joven de esta Mobil-home atravesaba por mi lado para aparcar su coche con remolque y moto acuática encima. La utilización de mi espacio fue aumentando con toda su familia metiéndose en mi zona como si fuera una extensión de la suya propia. Mi parcela formaba ya parte del viario del camping.

Yo me fui transformando y cogí la costumbre de estar mirando por las ventanas. Entonces vi al viejo cabrón cómo entró con su coche y maniobrando para darle la vuelta sentí sus cuatro ruedas pasar por encima de mi cuerpo una y otra vez hasta que consiguió sacarlo.

¿Dónde estaba yo acampada?

¿Qué naturaleza era esa?

Continuamente le pedía al gerente que por favor pusiera un límite y colocara las estacas como había dicho que haría. Él una y otra vez me respondía con evasivas.

Hay contratos que están hecho para quitar el derecho, así era el que yo había firmado.

¿Cómo se supera la impotencia? ¿Cómo se supera la rabia? La negación de la verdad es la locura. Y en la locura fui cayendo.

VOZ— Estás en un terreno simbólico. Construye tu propia narración de los hechos.

MM— No hay terreno firme, es arena lo que se pisa en este camping. Yo soy arena. Siento sus pisadas sobre mí.

En el camping por la tarde, los de las banderas de España se han vestido con sus polos de la Caballería Española. Los jóvenes también se han disfrazado de viejos. Todos se han reunido en la carpa del viejo líder. Gritan consignas y dan aplausos finales. Se han puesto de acuerdo. Miran hacia donde yo estoy. Habrá cacería. Yo soy, me temo, la zorra.

¿Me oyes? Solo digo que se ha levantado el veto. Y habrá caza. ¿Me oyes? ¿Se ha acabado ya mi tiempo? ¿Se ha acabado ya mi tiempo?

Han formado un campamento de tiendas de campaña y banderas de España.

Lejos de una civilización. Mi cuerpo es mi parcela y su campo de batalla.

No te puedes librar de la lucha, no te puedes librar de la guerra. La guerra. Siempre la guerra. Mi cuerpo es la única tierra que me queda. Vienen a por ella. Vienen a por mí. Oigo sus pasos.

Los viejos con sus grandes narices husmean. Huelen el olor de la que soy. El olor que les repugna. El olor que les provoca. El olor de lo que ellos nunca serán. No. No. Nooo. Me muerden con sus bocas postizas y sus dientes sueltos. No. No. Nooo. Soy su presa, soy su zorra.

Yo soy mi tierra. Mi territorio. Mi parcela particular. Donde mi cuerpo está estoy yo.

No podéis atravesarme sin pedirme permiso. No podéis poneros encima sin yo consentirlo.

Viejos y jóvenes disfrazados de viejos han abusado de mí en medio de un pinar, en una parcela de un camping de Andalucía.

Hay una guerra en silencio. Hay una guerra contra nosotras. Pero se vive en singular. Somos muchas solas.

No queda naturaleza salvaje, salvo la salvaje naturaleza humana.

Vivir en medio de la naturaleza del ser humano es toda la naturaleza que el capitalismo patriarcal nos ha dejado.

Marina Molano San Miguel



-Bases y relatos recibidos-

Sello