LOS COLORES DEL SILENCIO
de Absalón
Todos nosotros lo sabíamos, Jorge la veía todos los domingos por las mañanas porque antes de que ella viniera no se nos hubiera ocurrido andar separados los domingos de café y charla. El nunca habló de ella, pero después de varias veces que faltó a nuestras citas en La Candelaria y no respondía a las llamadas, Pedro y yo decidimos acercarnos a su apartamento. Lo vimos salir alegre; parecía rejuvenecido y por eso nos pareció un tanto extraño que tanto entusiasmo terminase en la sala del museo.
Pasaron muchos domingos encontrándonos a Jorge únicamente por la tarde, hablando de los mismos temas de siempre. Ninguno de nosotros le dijo nada sobre su ausencia de los domingos por las mañanas, no nos atrevimos, nunca entramos en la vida privada de nuestros amigos, aunque hablando con Pedro estuvimos de acuerdo que lo de Jorge con ella nos parecía un exceso. No veíamos a Jorge como era nuestra costumbre pero al fin y al cabo lo seguíamos viendo y alegrándonos por su entusiasmo.
Pedro me comentó que siempre había querido comprarle a Jorge aquel cuadro casi transparente en el que piedras, árboles y aguas entraban en una cuarta dimensión, en un espacio rotundamente delicado, ese cuadro era la soledad con corazón, el desprendimiento, la desposesión. Jorge lo había pintado cuando a ella se la llevaron.
Créeme: los libros estaban por el suelo, había polvo por todas partes, el fregadero repleto pero allí se respiraba bien, allí se sentía armonía. En la pared frente al ventanal estaba el cuadro. Ella no estaba claramente dibujada en él, pero ese cuadro le pertenecía y, a la vez, Jorge lo sabía, no le pertenecía a nadie.
Habría que ver a Jorge por las mañana, en su apartamento, cuando se preparaba para verla. Muy temprano corría eufórico las cortinas y abría los ventanales de par en par; antes de entrar al baño ponía La Pasión según San Mateo de Bach, con extremo cuidado se afeitaba, se duchaba y se peinaba. Se vestía con un traje de lino italiano, color cuero crudo y se ponía un sombrero de paja de alas cortas.
Antes de salir, después del desayuno, Jorge anotaba en este cuaderno que ahora yo leo: La sueño todos los días, incluso los domingos antes de encontrarla, antes de quedarme callado por el desconcierto que me produce. Siempre existe esa frontera en la que la admiración y la sorpresa impiden hablar, pero hay otra comunicación, otra comunión no verbal. Y para nosotros esa forma lo era todo. Mi voz es su sueño y su sueño es mi voz.
En su mirada fija yo comprendo que me comprende. Sólo ella y yo lo sabemos, nunca quise que nadie hiciera pobres comentarios sobre un sentimiento que además hubiese sido difícil de comprender para otros que no fuésemos nosotros en nuestro mundo particular, en los pocos y limitados metros de la sala donde nos veíamos.
Había pensado que el primer contacto entre nosotros fue primero mi mirada, pero después comencé a entrar en duda, y aunque pareciera un hecho sin importancia, creo que ella me soñó primero, me vio antes, dispuso más de lo que jamás mis amigos podrán imaginar.
En todo caso, cuando fui por primera vez al museo y te vi, sentí una sensación de libertad profunda. Miré las curvas reposadas de tus manos, cualquier otra parte de tu cuerpo necesitaría una atención más prudente; pero en tus manos se concentraba la pericia del que ha soñado para sí una voz (que ya transforma en un gesto solitario, en actitud) del que ha sufrido y gozado por entero para alejarse de las imágenes más convencionales; en las curvas de tus dedos estaba la firmeza junto a la duda; la duda era amplia y gozosa. Cabía el brillo y la opacidad, la casa de campo de mis padres (mi origen es campesino) y la populosa avenida de grandes edificios, frente a esta sala del museo. Ese día sólo estuve con tus manos y pensé que tú dormías cansada de tanto viaje y tanto trámite. Tú soñabas que yo y otros te veríamos sin verte, que nos servirías únicamente para charlas de café. Sabías que eso formaba parte de tu vida y tampoco te importó demasiado.
Jorge anotó un año más tarde, que los domingos con ella ya emanaban tranquilidad, y la sensualidad de los adjetivos flotaban en la sala uno tras otros e iban formando velos, una atmósfera de sonidos en los que cada vez se hacía más difícil que realmente pudieran verte bien, y menos el nexo que se había ido creando entre los dos.
Cuando a finales Febrero de 1994 comenzaron a llegar cartas de otros museos, de universidades, de instituciones benéficas y Francia y Alemania estuvieron a punto de entrar en un nuevo y terrible conflicto bélico sólo por el hecho de disputarse a quien le correspondería tenerte después de la conmoción que habías causado en el Museo de Arte contemporáneo de Caracas, y a las embajadas de Colombia, Venezuela y el Ministerio de Cultura de España, en una reunión urgente en Madrid, les tocó intervenir en favor de un país neutral, que al final fue Italia y por supuesto Florencia y en el Palacio de los Uffici donde tendrían el honor de recibirte, nosotros disfrutamos uno de nuestros mejores domingos, la octavita de carnaval, ajenos por completos al barullo de estos acontecimientos manejados desde las altas esferas del poder cultural y a los que los medios de comunicación no tuvieron acceso hasta que no se definió el conflicto.
La ciudad quedó prácticamente desierta, Caracas entera estaba en la playas del litoral, en Oriente, en Margarita y repartida por otras ciudades del interior. Al museo llegué a la diez de la mañana como acostumbraba.
Permanecí sonriente y callado casi las dos horas, aunque la sala estaba desierta como siempre lo había deseado.
Fue la única vez en un año que te hablé con palabras, te dije simplemente: te quiero gorda y la sala se llenó de una luz ámbar y tú y los objetos del museo parecían flotar. Si no te hubiera visto el domingo siguiente con la misma sonrisa hubiese creído que lo del domingo de Carnaval había sido un sueño como casi todo lo nuestro. Lo de la sonrisa fue la gota que rebosó el vaso de tu popularidad y resolvió lo de tu viaje a favor de Italia.
Cada vez venía más gente al museo, las cartas y el teléfono insistían reclamando tu presencia.
Dejamos de ver a Jorge; no podíamos comprender que nos abandonara ahora después de pintar ese cuadro sorprendente y menos en el momento en que podíamos normalizar nuestras charlas matutinas de los domingos. Ella ya no estaba y a todos nos dio por pensar que merecíamos de nuevo sus palabras amenas y quizás una brevísima alusión al año entero en que nos abandonó por las visitas al museo, o por lo menos una despedida.
Nos consoló, a medias, saber que Pedro lo había visto muy emocionado con su regreso a los Andes, con su cuadro; se quedaba largos momentos en silencio como si pensará que de lo que no se sabe es mejor no hablar; Pedro me dijo: sospeché que él intuía que no nos veríamos más por la forma emocionada con que me abrazó cuando nos despedimos, tuve pena y alegría porque sentí que era feliz.
Juan Molinari estuvo con él en el Café Santa Rosa, en Mérida, la noche del accidente en que murió. Jorge no le contó nada sobre sus visitas al museo, no le habló de su pintura, aunque sí hizo referencias al gusto creciente que le causaba la pintura del colombiano Fernando Botero. Le dijo que en Florencia a las siete de la tarde de ese día inaugurarían una muestra antológica de la obra del colombiano. Lo dijo con una sonrisa satisfecha pero algo misteriosa y luego habló poquísimo: Iré a la casa de campo a ver la muestra por la televisión y se despidió.
Los más importantes diarios italianos publicaron hoy noticias sobre un extraño acontecimiento: Florencia. Palacio de los Uffici. Varios de los miles de visitantes de la exposición del pintor colombiano Fernando Botero, celebrada ayer aquí, aseguraron haber visto por espacio de unos treinta segundos cómo aparecían árboles piedras y aguas flotando en el fondo de la Venus más admirada de la obra de este pintor; también dijeron haber visto entre perplejos e incrédulos que la Venus había llorado. Fue tal el desconcierto y el desorden que el inusitado acontecimiento causó que las autoridades del Palacio decidieron suspender la muestra hasta que no se realicen las investigaciones de rigor.
-Bases y relatos recibidos-
