Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


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Tercer Concurso de Relatos Breves

TE LLAMARÉ SARA
de Elena Torres Quero

Te llamaré Sara, de Liliana Sánchez Cucchi
Te llamaré Sara, de Liliana Sánchez Cucchi

Se quedó mirándola con disimulo. Era preciosa. Morena, algo entrada en carnes, con ese tipo de sensualidad generosa que provoca glotonería, urgencia de engullir un pastel sin masticar. La espió mientras ella iba hojeando algunos libros despacio, una lectura de la contraportada y luego esa concentración en fragmentos al azar para verificar la música de las palabras. Es de las mías, pensó.

Había reservado dos o tres ejemplares, sujetándolos con el brazo a su costado, cuando se dirigió a la caja mientras rebuscaba en el bolso para pagar. Al pasar a su lado, sin ni siquiera mirarlo, dejó una estela de perfume picante y amargo. Su nariz insistió en seguirla y se colocó detrás de ella en la cola, agarrando un libro al azar de la estantería. Ahora sí la espiaba de cerca, con el móvil en la mano, pegado a esa melena brillante, vigilando el lunar de su hombro y el vello suave de sus brazos.

- ¿Eres socia?- le preguntó el cajero, preparando el datáfono para el pago.

Y fue entonces cuando sucedió el milagro esperado:

- Dime tu teléfono, por favor.

Repitió el número en su cabeza y lo apuntó de inmediato. La vio salir, prodigio de frescura, alpargatas altas y rojas, vuelo y caricia de gasa.

En el bar de la esquina anotó el nuevo contacto en la agenda. Te llamaré Sara. Ahí estaba la foto del WhatsApp, expuesta, abierta a los ojos del mundo y a los suyos, ávidos. De cuerpo entero, con un top negro y pantalón corto holgado, haciéndole un gesto de loca divertida a una sombra reflejada en el asfalto. Se preguntó quién estaría detrás de la cámara. Remoloneó un buen rato buscando detalles, acariciando con el dedo la pantalla sucia.

Cuando las primeras farolas de la noche empezaron a alumbrar las sillas del bar se levantó de un salto para volar a casa, sorprendido por la hora, espantado por los reproches con los que lo recibiría su madre. La cuidadora se había marchado hacía un buen rato y ella, que se movía con mucha dificultad, le gritó y lloró. Siempre lo trataba como a un niño. Nada más dejarla acostada y ya en su habitación, arrancó decidido algunos papeles de la pared e imprimió durante un buen rato fotos del perfil de Sara: ampliación de ojos, sólo las piernas, un detalle del pelo, el cuello liso y fuerte, su boca sonriente… Las fue pinchando en el espacio liberado y se acostó, satisfecho, lleno de amor. Buenas noches, Sara.

¿Qué harías despierta a las tres de la madrugada? Estaba enfadado. Llamó varias veces, ocultando el número. Desconectada. Tuvo que esperar hasta la tarde para, por fin, escuchar un “¿hola?” expectante, que repitió un par de veces más antes de colgar. No se atrevió a decir nada. Su voz de niña lo sosegó.

Hoy te has levantado muy temprano. Me gusta mucho imaginarte de noche en casa, en pijama, leyendo alguno de los libros que nos gustan a los dos. Se concentró en la pared de enfrente: un collage cubista, ojos enredados en cabellos, muslos sobre brazos, altar pagano. Esta tarde te llamo otra vez. Y siguió intentándolo en vano.

Te tentaré con un WhatsApp: felices para siempre y un corazón palpitante. Le respondió: sonrisa, te has equivocado de persona. Es muy dulce. No, no me he equivocado, soy yo. Tú no lo sabes todavía, pero acaricio tus piernas y tu pecho, beso tus labios y conozco, ampliado y pixelado, cada poro de la piel que me dejas ver… Te envío mi canción favorita, seguro que también es la tuya. Ahora es fácil que te ilusiones pensando en un admirador secreto, o creerás que ese chico tan guapo de tu barrio, que te mira con timidez, le ha pedido a alguien tu teléfono para acercarse. Qué encanto. Las mujeres lleváis en la sangre la novelería, la absorbéis con la primera leche y luego se convierte en un motor para moveros por el mundo. Es emocionante soñar. Sueña conmigo. Y le escribió: te quiero.

Al amanecer, como todos los días, pulsó automáticamente el icono de WhatsApp para vigilar sus movimientos. ¿A qué hora se acostaría anoche? ¿Me habrá respondido? Ella no había visto su mensaje, pero ahí estaba ese hombre, pegado a su cuerpo, besando sus labios, un selfie obsceno e insoportable. La ira le cortó la respiración y golpeó con saña la pared. Después le escribió: puta, y la bloqueó. Todas sois iguales. Es imposible quereros.

Rubia, delgada y frágil. Así era ésta. Elegante, quizás demasiado. De ese tipo de mujeres que uno ve en las películas, como en un sueño, pero que siempre son de otros hombres. Se acercó resuelta a la estantería y escogió un libro con rapidez. Al pasar por su lado, sin mirarlo, lo envolvió con un perfume sutil, casi transparente. La siguió hasta la caja con su ejemplar en la mano.

- Eres socia?

Y esperó el milagro.




-Bases y relatos recibidos-

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