MALA
de Elena Torres Quero

Tiré la vela un día en que ya me asqueaba mirarla. Se había convertido en un amasijo de hilos verdes, retorcidos como una garra, y empezaba a llenarse de polvo. Me traía malos recuerdos, cierto ahogo con sensación de vértigo, un hueco descomunal en el estómago. Lástima que me di cuenta de su valor demasiado tarde, cuando había desaparecido con la basura.
Como tú y yo no teníamos ya ninguna relación, las novedades sobre tu vida me fueron llegando tarde y con cuentagotas; noticias dulces, como un poema, como una canción. ¿Sería verdad que te iba tan mal? Era eso precisamente lo que yo pretendía, en mi delirio, cada vez que encendía esa vela verde: quería poner mi granito de arena para que se te torciera la existencia regalada y mentirosa que llevabas, rata de dos patas. Esa tonta ilusión me producía un consuelo pueril. Tanto colegio de monjas y ahora resulta que soy mala. La escéptica de la familia metida a bruja, dejándose llevar por historias de viejas, poniendo velas propiciatorias. Velas de la justicia verdadera, vengadora. Némesis.
La verdad sin tapujos es que mi odio era tan grande que no me cabía en el cuerpo, y me tenía flotando por la casa, en la oficina, en el bar, en el súper, puro odio que me hinchaba como un globo y no me dejaba sentarme ni un rato tranquila a echar unas risas como antes. Reconfortaba encender una vela inocente cuya llama temblaba, sensible, al susurro de mis deseos. Sin testigos, sin culpa. Le pedía justicia aquí en la tierra, no en el más allá. Tramposo anhelo para respirar cuando ya no me entraba el aire. Paz.
Parecía que la paz iba a ir llegando muy poco a poco. Al principio no sabía nada de ti y se cruzó, además, un palo en la rueda de mi transporte hacia el nirvana: furiosos picores en la cabeza, que me rascaba hasta sangrar. Iba camino del dermatólogo cuando me tropecé con Estrella. Me reprochó muy ofendida mi distanciamiento, ese dejar de lado las amistades. No hay quien te vea, mujer. Dolida de verdad. Yo farfullé excusas: mucho trabajo, arreglos en mi piso; la salud, ya ves, voy al médico en este momento… Ella estaba con ganas de pararse y yo con bastante prisa. Me habló de sus planes para las vacaciones, las notas de su niña, lo carísimos que están este año los apartamentos en la playa… Empezaba a evadirme de su cháchara irrelevante haciendo mentalmente una lista de la compra cuando me saltó tu nombre a la cara como un bofetón, y di un respingo. Se me paró el corazón. Con una sonrisita malvada mi amiga desplegó las novedades sin ahorrar detalle. Se había inundado tu casa nueva, que aún no habías asegurado. Se te olvidó. O pensarías que mejor mañana. Era tan fácil delegar en mí esos asuntos engorrosos y mundanos... Estrella iba refiriendo los daños con un puntito sádico. A fin de cuentas es mi amiga. Y también mujer, que la que más o la que menos tiene su velita que poner. Me alegró especialmente saber que el agua había destruido esas acuarelas tan caras que apreciabas mucho más que a mí. Una lástima, eran bellísimas. Eso debió de matarte. O casi. ¡Vaya por dios! Manifesté con aspavientos mi consternación, mi pena y solidaridad. Pobre. Que conste que a mí ya no me mueve ni un pelo, estoy curada completamente; ya sabes, Estrella, el tiempo que pone todo en su lugar. Le deseo lo mejor… Unos besos de despedida y me marché flotando, ligera. ¿Eran posibles tantas buenas noticias juntas? La imagen verde y retorcida me hizo sonreír, no tan incrédula. Mira por dónde. Al volver a casa me fijé en el hueco que había dejado esa vela mágica y la añoré.
Han pasado ya tres meses desde este encuentro y estoy contenta. Lo único que quiebra mi paz es que la cabeza me sigue ardiendo. Recojo mechones de pelo por todas partes. El médico lo achaca al estrés. ¿Qué estrés? Estoy como nunca, sobre todo desde que me contaron que acabas de salir del hospital. La próstata te ha dado un susto de cierta gravedad. No de muerte, pero no deja de ser un fastidio. Andarás muy alicaído, sobre todo teniendo en cuenta que tu nueva novia te ha abandonado precisamente ahora. Algunas mujeres es que no aguantan nada, sobre todo estas jóvenes, que son de otra pasta… Me descubro paladeando la visión de tu enormísimo ego deslizándose hacia oscuros sumideros, arrastrado por el agua de aquella inundación, como una cucaracha. Pura celebración.
Todo esto es demasiado, no puede ser casualidad. Aunque he empezado a pensar en que quizás la vela viniera con algún efecto secundario. Es parte de la vida que hasta los mejores regalos traigan de la mano daños colaterales. No me importa quedarme calva, pero lo que no me perdonaré jamás es no haber apuntado la marca de esa vela. Por si las moscas. Nunca se sabe.
-Bases y relatos recibidos-
