Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


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Tercer Concurso de Relatos Breves

Q  IP   E L AN  Y S ER
de Ángela Mérida Floriano

Ilustración de Macarena Mérida
Ilustración de Macarena Mérida

El asunto comienza con el regalo de cumpleaños de mi padre. Todos los años se repite la misma lluvia de ideas, y todos los años la conversación sigue los mismos derroteros. Al menos, nos sirve de excusa para reunirnos los tres hermanos.

–Creo que ha vuelto al baloncesto. ¿Le pillamos unos botines?

–Se compró unos la semana pasada. Había pensado en una camiseta, pero Charo se nos ha adelantado.

–¿Y un libro?

–¿Sí? ¿Cuál?

La idea del libro es recurrente; nunca sabemos decir un título.

–¿Y una mochila para la cámara?

–Tiene una nueva. ¿No te la ha enseñado? Con mil bolsillitos. ¿Hace cuánto no vas a verlo?

–¿Y un objetivo nuevo?

–No tengo ni idea de cuál le falta o cuál le gustaría. De todas formas, ¿has visto los precios?

–¿Y papel de impresión fotográfica?

–Hace unas semanas le llegó un pedido enorme. En serio, tienes que pasarte más a verlo.

O llegamos tarde, o lo que no llega es nuestro presupuesto. Hay regalos comodines de los que solemos tirar cuando se nos echa el tiempo encima, pero en una cifra tan redonda como es este año, tirar de comodines nos parece cutre.

–Lo que necesita papá se lo compra él.

–Y sus caprichos son muy caros.

De todas formas, también se los compra él. Así es imposible.

Y siempre llegamos a la misma conclusión.

–El regalo perfecto es algo que no le gusta y que no necesita.


Decidimos quedar para comer con él y esperar a la segunda o tercera cerveza para intentar sonsacarle algo. Pero como es costumbre tras una segunda o tercera cerveza reunidos en torno a la mesa familiar y a la comida, la conversación se expande, se enciende, y aterriza en los temas de siempre.

–No tenía ni idea de que siguiera habiendo un Gobierno en el exilio.

–Yo tampoco. Qué ignorantes somos. –A Jaime se le nota ya achispado.

–Fue presidente hasta el 1977, pero no creo que mucha gente lo sepa. –Papá tritura distraídamente los trocitos de corteza de pan sobre el mantel.– El caso es que no pudieron hacerle el homenaje en su tumba y tuvieron que hacerlo en la puerta del cementerio.

–Pero, ¿qué había de malo en hacerle el homenaje dentro? ¿Por qué no pudieron entrar?

–¿Por qué va a ser? –Interviene Maite.– La iglesia.

–¿Y cómo se llamaba?

–José Maldonado. –Papá se sacude los dedos sobre el plato y da un golpe con la palma abierta. – El suyo no lo recordamos, pero los nombres del resto de malnacidos sí que los conocemos todos, y los tenemos por las calles y por todos lados. –Aparta la silla y se pone de pie.– Bueno, chavalería, que me estoy poniendo malo. Ahí os quedáis, me voy a dormir la siesta.

Nosotros nos rellenamos la copa una vez más, cada uno de algo distinto, y la acompañamos con otro trozo de chocolate. Nos quedamos un rato en silencio, hasta que alguno suelta:

–Oye, tengo una idea.

Parece que el tema ha tenido el mismo efecto en los tres. Nuestra cabeza se transporta hacia una de las comidas del pasado, de cuando todavía vivíamos en esa casa. Fue el lunes santo en el que papá nos contó por qué no salía de nazareno a pesar de ser de los hermanos con más antigüedad. Ese día los cuatro terminamos la sobremesa trazando nuestro “plan maestro”. Un plan irreverente que ahora desempolvamos enardecidos por la osadía de la embriaguez y la ternura que inspiran los recuerdos de infancia.

–¿No hicieron algo parecido unas mujeres hace unos años?

–Creo que bailaron fuera sobre una tabla de madera.

–Salió en las noticias.

–Esto sería más íntimo, por supuesto. No nos anunciaríamos.

–Pero acabarían dándose cuenta.

–Oye, pero estamos de coña, ¿no?

–...Yo lo propongo en serio.

Nos miramos un momento en silencio y nos sonreímos. Maite se echa su tercer Pedro Ximénez.

–Es imposible que se lo espere. No puede haber regalo más original.

Siento que me entra un cosquilleo por dentro. Mis hermanos parecen sentir lo mismo. Aunque sea cosa del alcohol que llevamos encima y se nos pase rápido, los tres estamos entregaditos a la idea.


Pero resulta que no es cosa del alcohol. A la mañana siguiente tenemos un mensaje de Jaime en el grupo de WhatsApp. <<Bueno, chavalas, pa cuándo la planificasión??>>. Y antes de que nos demos cuenta, volvemos a estar reunidos en mi piso.

–Yo creo que no deberíamos cambiar mucho el plan. La idea original era buena.

–Hay que concretar los detalles. En los detalles está el oro.

–A ver, la química, que hable.

–Pues zumo de limón o salfumán. Con el zumo puede que tardemos la vida, y el salfumán puede ser muy dramático, se darían cuenta enseguida.

–¿Lo vamos a hacer así a lo loco por todos lados o nos centramos en un punto concreto?

–Yo repartiría, para que no sea tan cantoso, pero me centraría en los apellidos. Y también un poco sobre la otra loseta, para que no sea tan evidente.

–¿Y nos vamos a poner peluca y disfraces?

Hacemos varias pruebas sobre unas losetas viejas y calculamos la concentración de salfumán necesaria para tener un efecto visible en dos semanas, que es lo que tenemos hasta el cumpleaños. En la mañana del Día D Maite y yo nos encontramos en la puerta de la Basílica. Hemos decidido que cada día entraremos dos y el sobrante se quedará junto a las vallas, preparado por si algo se tuerce, aunque para ese caso no tenemos plan. Caminamos agarradas, yo sujetando a Maite, que camina de puntillas. Hemos venido a media mañana, buscando que haya gente, turistas su mayoría, entre la que camuflarnos. Llegamos a la loseta. Maite se adelanta hasta colocarse sobre la U y baja los talones. Toso un poco al tiempo que las finas ampollas de salfumán pegadas a sus suelas se rompen bajo su peso. Esperamos unos segundos, contemplando el retablo, y Maite camina hacia la otra loseta. Echo una rápida ojeada y veo las burbujas que se forman al reaccionar el mármol con el aguafuerte. Me apresuro a taparlas con mis botas, acolchadas con esponjas en la suela.


Jaime nos espera en el bar Macarena con una caña.

–¿Qué? ¿Cómo ha ido?

–Hay que rebajar un poco la concentración, que huele a pedo. Y la próxima vez tenemos que llevar falda larga, para tapar mejor por si acaso y para que no se note lo de ir de puntillas.

Maite comprueba la suela de sus zapatos, donde se distinguen un par de muescas.


Visitamos la Basílica cada dos días. A petición de Maite, probamos algunas pelucas y usamos parte de la ropa que guarda mamá en el trastero. Hemos mejorado la técnica. Ahora las ampollas las llevamos en la punta del zapato, lo que nos permite una mayor puntería, y vamos bañados en colonia Nenuco. A Jaime le gusta ir con corbata y un broche de la hermandad. Más poético, dice.


A dos días del cumpleaños, los tres estamos en el bar tomándonos unas croquetas. No nos hemos atrevido a entrar en la Basílica. El plan está saliendo demasiado bien y el último día Jaime escuchó a dos señores comentar el estado de las losetas. Al parecer uno de ellos sospechaba de un acto vandálico. Desde fuera no se detecta más movimiento del habitual, pero sabemos que tenemos que adelantar el regalo o nos quedaremos sin él.

–¿No será peligroso volver a entrar?

–Aunque se hayan dado cuenta de que algo está pasando, no lo harán público tan fácilmente. No les conviene la publicidad. Lo haremos mañana sin falta y que salga lo que tenga que salir.


Convencer a papá de que entre en la Basílica no es tarea fácil. Hemos conseguido arrastrarlo hasta la zona con el pretexto de una reserva para el almuerzo. También hemos conseguido que se ponga unos zapatos roñosos que le hemos preparado y que se deje puesta la mascarilla quirúrgica. Lleva su cámara de fotos colgada al cuello, gorra y gafas de sol. Es la imagen del perfecto sospechoso.

–Anda ya, yo os espero aquí fuera, chavales.

Sin darle tiempo a una segunda queja, Jaime lo coge del brazo y tira hacia dentro. Con un rápido vistazo comprobamos que las losas siguen en su sitio y en el estado de la última vez. Parece que tienen alrededor más flores que de costumbre. Hay varios hombres paseando cerca con las manos a la espalda. Arrastramos a papá hasta la loseta más afectada.

–Elige letra y písala con la punta del zapato.

Papá baja la mirada y entonces parece comprender de qué va todo aquello. Su cara se ensancha bajo la mascarilla y la comisura de sus ojos se arrugan. Para nuestra sorpresa no se coloca sobre ninguna letra, sino que pisa con su zapatón bajo la palabra “paz”. Mi hermana y yo nos apresuramos a recoger las burbujas formadas al tiempo que escuchamos a papá soltar una risotada que retumba satisfecha. Salimos de la Basílica con rapidez, dejando un tufo a pedo y a Nenuco.


A los pocos días el Diario de Sevilla recoge la noticia de que las losetas se encuentran “gravemente deterioradas” y que se ha decidido retirarlas para su sustitución. Nuestra obra sale fotografiada en grande y a todo color. Algunas semanas más tarde y sin que las losas hayan sido repuestas, resucita y con más fuerza que nunca el tema de la exhumación. En esta ocasión es difícil parar esta oleada de personas que se concentran día y noche frente a la Basílica portando copias de las losas con nombres y apelativos alternativos a los que tenían. Un día nos despertamos con la sorpresa de que los huesos han sido sacados y trasladados a un columbario.


Papá no tarda en organizar otra comida en su casa. Junto al sofá hay una pila de periódicos recientes. Mis hermanos y yo nos sonreímos satisfechos de haber dado con un regalo que a mi padre le gusta y que, posiblemente, necesitaba. Rellenamos las copas, cada uno de algo distinto, y brindamos.

–¡Ya estoy impaciente por ver el regalo del año que viene!

Mis hermanos y yo intercambiamos unas miradas y sé que sus cabezas, al igual que la mía, ya bullen con más ideas. Por suerte o por desgracia, inspiración para estas ideas tenemos multitud.




-Bases y relatos recibidos-

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