LA FUGA DEL BÉTICO
de El Caracol Cuentero
Francisco de Saénz y Espinosa nació en el seno de una familia de orígenes aristócratas, católica, numerosa y moderadamente acomodada. Era el pequeño de nueve hermanos que apenas hacían muestra de su abolengo. No así Francisco, que desde muy joven mostró aguda inclinación por la vida confortable. Precisaba de asientos mullidos, camas reclinables y bañeras con garras de león donde darse interminables baños de espuma. En los horarios era febrilmente escrupuloso y no gustaba de cambios en sus rutinas. Los miércoles cantaba en el coro de la iglesia, los viernes participaba en la partida de mus y el domingo iba a misa, religiosamente. En una categoría aparte estaba su equipo de fútbol, a cuyos encuentros sólo faltaba si jugaban fuera de casa. Era socio del Real Betis Balompié desde que a los tres años su padre le inscribiera en el club. A los setenta años de una vida ordenada y pacífica, Francisco de Sáenz y Espinosa internó en una residencia de ancianos por decisión propia. Aunque aquella no era una residencia cualquiera: era un SUEÑO de residencia. Tenía todo cuanto se pudiera desear, excepto una cuestión que se acabaría revelando como de la mayor importancia. Aquella se especificaba en una de las cláusulas del contrato donde se detallaban las normas de la residencia. Sin embargo, Francisco no leyó la normativa antes de la firma. Craso error. La residencia impedía la asistencia a partidos de balompié, ya que más de un anciano movido por el fervor futbolístico, había muerto en el estadio a consecuencia de un infarto. Las implicaciones legales de esas muertes habían supuesto un quebradero de cabeza, así como una gran pérdida económica para la susodicha residencia, que había decidido tomar cartas en el asunto cortando por lo sano: nada de ver partidos de fútbol. Pero como ya he dicho, Francisco no leyó la cláusula y cuando lo hizo ya era demasiado tarde. Lo cierto es que no poder disfrutar del vértigo de aquellos encuentros, ni compartir gritos o bocadillo con su vecino de grada, fueron razones más que suficientes para provocarle un mutismo cada vez más hermético. Como un triste reo, su presencia iba precedida por un arrastrar de pies que se escuchaba a lo largo y ancho de los pasillos de la residencia a cualquier hora del día o de la noche. Francisco se marchitaba imparablemente... hasta el día en que decidió urdir un plan para ver al Betis de su corazón. Durante la semana de autos su comportamiento fue ejemplar. El paso se le aligeró con un callado entusiasmo que impedía el roce de suelas. Por otra parte, su amabilidad para con sus cuidadoras fue tal que todas andaban encantadas... Excepto una de ellas que comenzó a sospechar. La noche elegida, Francisco de Sáenz y Espinosa se duchó a la hora de costumbre, cenó a la hora de costumbre y se fue a la cama más temprano que de costumbre. Atento al cambio de cuidadoras de las ocho y media, aprovechó para atravesar el corredor con la espalda pegada a la pared, escabulléndose frente a sus narices y tomando el taxi que le esperaba en la puerta trasera del centro. Fue un partido épico. Contra todo pronóstico, el Betis ganó al Real Madrid por 3-0. Francisco lloró de alegría, aulló como poseído por mil diablos, abrazó a todo el graderío y se quedó a celebrarlo tomando un refresco con otros amigos béticos de pro. Mientras tanto, en la residencia no echaron en falta a nuestro forofo hasta bien entrada la noche, cuando la empleada que se olía algo se acercó a su cama y descubrió que en lugar de Francisco, había una almohada y una nota con caligrafía y gramática desigual que rezaba misteriosa: “E ido BEtis. No preocupéis porque estoy BieN. NO voy VER partido. Voy EscUchaR.” El revuelo que la fuga provocó fue tremendo. Lo curioso del caso es que hacía semanas que había estudiado la cláusula de marras con un amigo bético abogado y éste se había ofrecido a ayudarle. Él fue el testigo legal de que no “vio” el partido puesto que en todo momento llevó los ojos cubiertos con una venda y su visión estaba por completo anulada. La residencia tuvo que admitir que Francisco se la había jugado (y nunca mejor dicho). Desde entonces nunca faltó a un partido de “su” Betis. Eso sí, con los ojos vendados.
Epílogo
A la pregunta de la gente de si no echaba de menos ver a los jugadores, Francisco siempre respondía que los disfrutaba también, aunque distinto. Además ahora era capaz de apreciar sonidos, silencios, olores... y más cosas en las que antes no reparaba. Por cierto, Francisco de Sáenz y Espinosa era una persona con Síndrome Down, aunque en realidad este sea un detalle de la menor importancia.
El Caracol Cuentero
-Bases y relatos recibidos-
