Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón

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Cuarto Concurso de Relatos Breves

EL HOMBRE Y LA MUJER
de Mariposa del Himalaya

PRIMER DIA

El hombre se ha levantado más temprano que otras mañanas de verano. Con más ímpetu, si cabe, que cualquier otro día. Parece insuflado por una fuerza desconocida. Se ha entregado con decisión a sus rutinas cotidianas. Suena el chapoteo del agua con más estruendo del acostumbrado. El zumbido de la batidora trona en la cocina y quiebra el silencio del alba. Ha cortado un trozo de sandía con rectitud milimétrica. Contempla fijamente el contraste entre el negro de las pipas y el rojo casi lascivo de la fruta. Esa belleza que le recuerda a un bodegón barroco. Casi con triunfalismo va localizando las pipas entre sus dientes, escupiéndolas con determinación. Parece un duelo entre la sandía y él. Después de desayunar, el hombre se viste. Ajusta las distintas prendas a su cuerpo y se mira satisfecho en el espejo. Toma el último sorbo de café y sale a la hora de los gatos, a una luz que aún no está definida; a un amanecer que aún podría cambiar de parecer y volverse noche. Camina con energía. Parece sereno. Quizá siente algo de inquietud en su corazón, un atisbo de zozobra, pero lo obvia y se sumerge con fuerza en el nuevo día.

El hombre vuelve a media mañana. Se ha desvestido y se ha dado una ducha para aliviar el calor. En su rostro no parece reflejarse ninguna inconveniencia. Pero en su interior una sensación extraña va deslizándose como un reptil y lo va recorriendo sinuosamente. La confianza robusta que tenía horas atrás parece resquebrajarse.

En el almuerzo ha comido con determinación, como si tuviera que demostrarle a alguien que tiene un apetito voraz y un estomago a prueba de bomba. Está algo más nervioso. Su discurso tiende a la crispación.

En la tarde el hombre parece taciturno. Lee en el ordenador casi en voz alta, con vehemencia, como si estudiara lo que lee. Desde la mañana no ha vuelto a sonreír. Los temores se siguen instalando en su interior.

Llega la noche. Se acuesta y se enrosca en sus sueños y en su miedo.

La mujer contempla su perfil en la cama. Parece dormido pero su ceño no es tranquilo.


SEGUNDO DIA

El hombre se ha levantado tarde. Está muy excitado. La mujer no ha escuchado el chapoteo del agua, ni el ruido de la batidora. Lo ha sentido deambular por la casa. El hombre no se ha quitado el pijama. Se le oye protestar en tono bajo. Lo desquicia haberse desacomodado de sus tiempos, de sus rutinas. Maldice haberse quedado dormido. Busca la mirada de la mujer como haciéndola responsable, aunque no dice nada. Después de entrar y salir de las habitaciones sin un claro objetivo se sienta y respira hondo. Se recompone y se viste a toda prisa. Sale atropelladamente, sin desayunar, como alma llevada por el diablo. Una vez en la calle parece tranquilizarse. El aire de la mañana le devuelve algo de paz. Hace un esfuerzo para empezar el día y para ahuyentar la inquietud que le corroe por dentro.

La jornada sigue su curso. El tiempo, inexorable, cumple su mandato diario. Las horas se suceden una tras otra. El hombre ha vuelto más pronto del paseo de lo habitual y se ha dormido en el sillón antes de comer, algo que nunca antes había hecho. Ha comido sin ganas y se ha vuelto a tumbar en el sofá. Hoy el día le pesa como una losa. Ha estado con el ordenador pero tenía dificultad para concentrarse. Empieza a ser consciente de las transformaciones que se están dando en su cuerpo. Estaba convencido de que en su caso podría ser distinto; que a él no le afectaría. Pero va claudicando poco a poco. El resto del día lo pasa encerrado en sí mismo. Ya no sonríe desde el día anterior. Apenas habla ni fija la mirada en nada. Esa noche dice a la mujer que se acostará pronto.

La mujer suspira. Le mira profundamente. Podría decirle muchas cosas. Pero guarda silencio y recoge la tristeza del hombre con un leve parpadeo y una sonrisa indulgente.


TERCER DIA

El hombre se levanta temprano pero el ritmo de sus rutinas se ha roto por completo. No ha tomado sandia. Ha desayunado después de vestirse. Se ha echado café en la camisa y ha tenido que cambiarse. Se ha arreglado sin orden ni concierto. No era capaz de armonizar las prendas como cualquier día. Va más desaliñado que nunca. Ni siquiera se ha mirado al espejo. La mujer ha escuchado su deambular desordenado y excitado. Ha escuchado sus protestas rabiosas y ha palpado la desesperación que va invadiendo al hombre. Lo inevitable se acerca.

El día ha transcurrido lento. Todo lo que se habla lleva a desencuentros, a interpretaciones erróneas. El mal humor se ha instalado en él. Se encierra cada vez más en sí mismo. No ha leído en el ordenador. Ha preferido ocuparse arreglando un televisor que estaba en el trastero desde tiempo inmemorial. Necesita entretenerse para no pensar. Necesita que el tiempo se vuelva concreto. Se le oye gritar. Las herramientas se le han caído y el pequeño televisor ha estado a punto de ir al suelo. Desesperado, suelta todo y se sienta en el sofá frente al televisor y se pone a ver una película policiaca. Parece que se calma. Con una voz casi inaudible, y en lamento, pide a la mujer que le traiga un vaso de agua. Se disculpa por la petición alegando un enorme cansancio.

La mujer lo mira con ternura. El hombre asume con resignación y cierta rabia en sus adentros que ya no hay escapatoria.

La mujer le abraza por la espalda. Le acaricia la cabeza y le susurra que esté tranquilo, que no se preocupe. Que pasará un tiempo desmejorado, sin fuerzas, sintiéndose casi de otro planeta. Que tendrá, al igual que le sucedió a ella, que soportar con estoicismo las batallas que se libran con la quimioterapia para intentar ganar honrosamente la guerra a ese enemigo, taimado, sibilino y despiadado que merece todas las derrotas.

Mariposa del Himalaya




-Bases y relatos recibidos-

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