EL PROBADOR
de Caminante
Ella se había empeñado en que la acompañase a comprarse algún vestido ya que apenas tenía ropa en el armario, argumentando que yo tenía buen gusto para ello. Y allí estaba yo, a la puerta de un probador de señoras esperando que la mía saliese con alguno de los tres vestidos con los que había entrado en el habitáculo. Y es que ya sabemos que el criterio de una mujer de tener o no tener ropa suficiente en el armario cada temporada es un misterio para el cual la ciencia aún no ha encontrado solución.
Después de mucho dar vueltas por los diferentes pasillos había recogido de los estantes algunas prendas que se sobreponía mirándose en algún espejo cercano, deleitándose en su escultural figura, y se había metido en un probador de un grupo de cuatro, dos para mujeres y dos para hombres detrás, construidos de material de montaje de melamina y aluminio, de apariencia bastante endeble, que había en medio de la gran nave.
Al cabo de un rato entreabrió la puerta y me preguntó que tal la veía con lo que tenía puesto. No la veía bien porque no había abierto mucho la puerta con la discreción de que pudieran verla otras personas, aunque apenas había nadie en el almacén.
Metí la cabeza en el probador para hacerme una mejor idea de como le quedaba la prenda, pero me pareció ridículo que alguien me viera así. Se lo hice ver, asomó la cabeza, y al ver que no había nadie a la vista, me cogió del brazo, me metió en el probador y cerró la puerta poniéndose el dedo índice sobre los labios, indicándome que estuviera en silencio.
Dentro del pequeño espacio del probador apenas cabíamos así que me apretujé todo lo que pude en un rincón esperando que se probase la segunda prenda de las tres que había escogido.
Según se cambiaba admiré sus estupendas formas curvas y aunque estaba de espaldas a mí no pude apartar ni un momento la vista de los sinuosos movimientos que su cuerpo, en ropa interior, para mantener el equilibrio, componía.
Hacía algunos meses que nuestras relaciones, de todo tipo, se habían enfriado un poco, pero al verla semi desnuda en un lugar público pensé que quizás había un camino para restablecerlas y sentí un temblor que creí desparecido.
Alcé la vista hacia el techo del almacén y estuve contando las vigas en forma de sierra que sustentaban la estructura de la gran nave y admirando el cielo nublado y los pájaros que veloces pasaban a través de sus tragaluces, porque si seguía mirando su figura me iba a ser difícil contenerme.
- ¿Y este, que tal me queda?
Volví la mirada hacia ella para darle mi opinión sobre el nuevo conjunto, como si a esas alturas yo tuviese criterio estético alguno.
- Pues me gustaba más el primero -. No se puede decir que mintiese.
Se dio un par de vueltas mirándose al espejo y me miró.
- Pues creo que me queda mejor este. - dijo ajustándose el vestido con las manos en la cintura.
Y acto seguido se dispuso a probarse la tercera prenda. Se volvió de espaldas a mí, como la vez anterior, el vestido recién puesto cayó al suelo, cogió de la percha el que aún no se había probado, pero antes de que se lo empezase a poner me acerqué lentamente a ella, le puse mis manos en los hombros y la abracé con suavidad desde la espalda, besándole la nuca y la parte de atrás de las orejas. Noté un estremecimiento en ella, que se giró hacia mí lentamente. Pensé que, a pesar de la delicadeza calculada con la que me había acercado a ella, se iba a volver y me iba a empujar al rincón o, peor aún, a darme un bofetón. Pero no, se volvió a poner el dedo índice sobre los labios, pero esta vez con una mueca pícara en ellos que me indicó que ella también participaba de mi excitación. Nos besamos y abrazamos despacio al principio y con entrega rápidamente, mirándonos a los ojos y riendo levemente de esta travesura que estábamos improvisando. La acaricié con parsimonia y avaricia sus preciosas tetas deleitándome a pesar de lo arriesgado de la situación, mientras que ella, yendo más allá de la intención que me había llevado hasta allí, bajó las manos hasta mi cintura y liberó el pantalón que cayó al suelo. Hábilmente puso duro lo que hace un momento estaba blando, me atrajo hacia ella con fuerza cogiéndome de las nalgas y yo, sin poder ya contenerme la sujeté por los muslos y la subí hasta mi cintura. Apartando la exigua braguita a un lado, sin quitarme los calzoncillos, la penetré apoyando con cuidado su espalda sobre la pared del fondo del habitáculo mientras que iniciábamos un suave y placentero vaivén. Todo estaba en silencio. Solo se percibía algo lejos el mover de cajas en lo que algún dependiente se entretenía. Mi mujer empezó a jadear suavemente. Yo solté uno de sus muslos y le tapé la boca con mi mano, aunque no del todo. Yo sentía la excitación creciendo y con una sola mano apenas podía sujetarla, así que con un envite la cogí de las nalgas y la elevé un poco más, ella rodeó mi cintura con sus piernas apretando fuertemente e iniciando un movimiento más impetuoso. La pared del probador en la que estaba apoyada empezó a temblar y a emitir unos ruidos que me dieron mala espina, pero no podía parar. Ella, agarrada a mi cuello con fuerza, se movía más rápidamente y con mas vigor cada vez. La pared cada vez sonaba más, pero sentí el clímax cercano y yo también apreté el paso con tanto ímpetu que en el mismo momento que los dos llegábamos al orgasmo la pared del fondo del probador, en la que estábamos apoyados, cedió y caímos ruidosamente en el probador contiguo, que afortunadamente estaba vacío.
Ella, viendo que caía de espaldas, se agarró más fuerte a mi cuello, mis manos soltaron sus nalgas para apoyarlas en el suelo y amortiguar el golpe, que de todas formas no fue muy fuerte, aunque si estrepitoso, ya que el marco de aluminio de la pared había cedido solo en un ángulo y el tablero de melamina que hacía de tabique se había ido saliendo lentamente por lo que, afortunadamente no nos hicimos ningún daño irreparable.
Estábamos en el suelo los dos con una mezcla de susto y risa, ella en paños menores y yo sin pantalones y con el calzoncillo empapado, cuando oímos los pasos de alguien que, evidentemente, se dirigía a toda prisa hacia donde nos encontrábamos. Miré alrededor y vi en la percha del probador en el que habíamos caído unos pantalones que algún cliente anterior había dejado allí después de probárselos. Me incorporé de un salto, alcancé el vestido de mi mujer y se lo lancé para que se tapara haciendo yo lo propio con los pantalones que había en la percha, aunque tenía los míos en los tobillos. No había terminado de cogerlos cuando la puerta del probador en el que habíamos caído se abrió apareciendo en ella un vigilante de seguridad con cara de asombro.
- ¿Qué ha pasado? ¿Están ustedes bien?
- Iba a probarme estos pantalones cuando la pared se derrumbó y apareció esta señora en paños menores –, improvisé rápidamente a modo de disculpa, pero en un tono de enfado para hacer más creíble la coartada.
La mirada del vigilante, que evidentemente no sabía que decir, se dirigió entonces a mi mujer que ya había recobrado la compostura captando el mensaje que yo le había enviado con mis palabras y había comenzado a vestirse, y antes de que él preguntase nada ella le soltó:
- Estaba probándome este vestido, perdí el equilibrio y al apoyarme la pared ha cedido, leñe. Pues si que hacen los probadores de mala calidad. Si la ropa es igual mejor la dejo.
Y dicho esto, con gesto displicente, ya vestida, salió toda digna por la puerta de su probador alisándose con la mano su ropa y dejando las tres prendas con las que había entrado, entre la percha y el suelo.
Yo me subí los pantalones de espaldas al vigilante echando los otros a un rincón y en un tono decididamente cabreado le exigí que me llevase a donde pudiese poner una reclamación.
- Lo siento mucho, nunca nos había ocurrido nada parecido -. Se excusó el vigilante aún con cara de asombro, aunque un tanto mosqueado.
- Pues con lo mal que están montados estos probadores es raro que no haya pasado antes -. Le espeté yo, dirigiéndome con decisión a donde calculaba que estaban las oficinas del centro comercial.
El hombre me siguió no sin antes menear un poco con la mano la estructura de los probadores para comprobar que no se iba a derrumbar el resto como un dominó.
- Mire, esto es muy raro. – me dijo tras andar unos metros. - Y además estamos teniendo muy malas ventas últimamente. Si no le ha pasado nada le sugiero que acepte mis disculpas en nombre del centro y no ponga la reclamación. Nos vendría muy mal en este momento de crisis.
Yo me paré y, pensando que era una buena salida del percance, me di la vuelta, y con el dedo índice levantado, inclinado un poco agresivamente hacia él, apuntalando la versión de lo ocurrido que rápidamente había construido, le dije.
- No, no me ha pasado nada, salvo el susto de venírseme encima una mujer en paños menores. Que no es poco. De acuerdo, no presentaré la reclamación, pero ustedes tienen que revisar la estabilidad de los probadores porque un día puede pasar algo mucho más grave.
- Naturalmente que lo haremos, señor. Y mil disculpas por lo ocurrido. -me contestó.
Y acto seguido atravesé la puerta de salida y me dirigí a mi coche donde me esperaba mi mujer muerta de risa.
Caminante
-Bases y relatos recibidos-
