Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón

Actividades
Realizadas lupa

atras

Cuarto Concurso de Relatos Breves

SECUESTRO CULINARIO
de Carmen Mateos Morillo

Foto de Juan Silva
Foto de Juan Silva

Al despertarme, solo me acordaba de la mano gigantesca que me arrancó de mi comodísima hiedra y me lanzó bruscamente dentro de una bolsa de plástico. Caí encima de la multitud y, a partir de ese momento, creo que me desmayé por el golpe y por la falta de aire. Me desperté sobresaltado mientras nos precipitábamos todos hacia un enorme barreño de agua fría. La misma mano descomunal removía incesantemente el agua, en la que se formaban fuertes corrientes que nos arrastraban. Tropezábamos unos con otros y colisionábamos continuamente con esos cinco dedos imponentes que inútilmente intentábamos esquivar.

Con tanto golpe y tantas vueltas, volví a perder el conocimiento. No recuerdo nada más hasta que desperté de nuevo en otro lugar, más seco y umbrío que el anterior. Me sentía perdido, abatido, desorientado. No sabía dónde tenía ni mi casa, ni mis cuernos. La baba me chorreaba por los costados. Asustado y muy aturdido, miraba ansiosamente a mi alrededor. Poco a poco, mis pupilas se fueron habituando a la penumbra y me tranquilizó comprobar que aquí tampoco estaba solo. Mis compañeros continuaban conmigo este extraño viaje, también desorientados, nerviosos y mareados con tanto movimiento.

Comencé a moverme despacio, buscando un lugar cómodo entre la multitud donde pararme y pensar en cómo escapar de allí. Observé las paredes despacio y pude ver algo de luz a lo lejos que se filtraba por los huequecillos del trenzado de mimbre que formaban las paredes de ese habitáculo.

Pensé que, después de todo, no era un mal sitio. Había espacio suficiente para todos, estaba bien ventilado y la penumbra proporcionaba una agradable sensación de frescor en esos días tan calurosos de primavera. Olía a romero, tomillo y laurel. A lo lejos, veía agua y harina de maíz en cantidad suficiente como para poder sobrevivir unos días. Empezó a gustarme la idea de aprovechar esta oportunidad, estas extrañas vacaciones que me regalaba el destino. Me quedaré un tiempo aquí, descansando, y ya decidiré con más calma si escapar o no, pensé.

Pasamos dos días a tutiplén, comiendo sano, descansando, paseando apaciblemente y creando vínculos de amistad con mis compañeros… Nos sentíamos todos limpios y rebosantes de salud. Pero, esta buena vida nos duró solo eso, un par de días.

Cuando ya no se nos pasaba por la cabeza la intención de escapar, la mente sádica de nuestro secuestrador se puso de nuevo en acción. Nuestro entorno volvió a temblar. Parecía que el habitáculo se elevaba. Nos quedamos paralizados y nos mirábamos unos a otros expectantes y muy asustados. ¿A dónde nos llevan ahora? Enseguida notamos cómo el suelo que pisábamos se inclinaba cada vez más, cual Titanic en su hundimiento. Resbalábamos y caíamos unos encima de otros rodando sin freno hacia algo que parecía una enorme piscina. De pronto, nos vimos todos sumergidos en agua fría, salada y avinagrada. No me gusta el agua salada. Pica mucho y el vinagre escuece una barbaridad. Ahí estábamos todos retorciéndonos de picor, intentando inútilmente salir a flote. Trepábamos a duras penas por las paredes, pero la mano gigante nos volvía a empujar hacia el agua. Parecía imposible escapar de allí.

De repente, nos alzaron en una especie de cazo de red metálica y nos sacaron de la piscina salada. Mi piel estaba cuarteada, tirante, echaba de menos mis babas gelatinosas y protectoras. Exhausto, me abandoné a mi destino. Pero entonces, un brusco y oportuno movimiento hizo que me precipitara desde el cazo de red al suelo, con tal suerte que caí tras una maceta con una planta de larguísimas hojas, de esas conocidas como mala madre. Con una velocidad impropia de mí, subí por una de las hojas, llegué a la tierra y me escondí, enterrado hasta la cabeza.

Y aquí sigo viviendo, feliz, en mi maceta propia, mi terrenito. Pero me quedé con las ganas de saber cómo terminó aquella historia para mis compañeros de viaje. Alguien me contó que ese tipo de aventuras suele terminar con un baño de cinco o diez minutos en un gigantesco jacuzzi aromatizado con laurel, clavos, cominos, cilantro y yerbabuena que se va calentando poco a poco hasta que el calorcito hace que te quedes felizmente dormido. No sé si me habría gustado la experiencia, la verdad…

Mapalunora




-Bases y relatos recibidos-

Sello