ESPÍRITU,
de Filemón
Decía que con la edad le sentaba bien el calor, el frío, la lluvia, cualquier aspecto que tuviese el día, pero que no podía con el viento porque le embargaba un malestar sordo, persistente, que minaba su paciencia. Procuraba, si podía, permanecer entre cuatro paredes los malditos días ventosos, en los que no podía zafarse del presentimiento de que ocurriera una calamidad. Aquella mañana lloviznaba y el viento mandaba en la calle. Lorenzo tenía que ir al banco de modo ineludible y, ya de camino, casi lo arrolla una bicicleta en la que iba un macarra corpulento de cráneo rapado. Si no hubiese habido viento Lorenzo no le habría gritado:
– ¿Dónde vas hijo de puta?
Y el macarra no se habría encaminado hacia él con la intención de machacarlo.
Entonces Lorenzo puso en práctica un golpe que vió en el cine y su oponente, sorprendido, se desplomó. Ya metido en faena lo pateó y utilizando una rama caida lo golpeó duramente durante más de un minuto.
De pronto tuvo miedo. Cayó en la cuenta de que la venganza del tipo sería completa y que, además, ningún juez dejaría de imponerle cárcel por lo que había hecho.
Su enemigo se retorcía en el suelo y sacaba un cuchillo. Le pisó la mano, le clavó el acero en la garganta y vió como le llegaba la muerte.
Entonces se alegró de su costumbre de atajar por el parque. Nadie les había visto y siguió su camino. Hizo la gestión del banco y volvió sobre sus pasos. Un pequeño grupo contemplaba a su víctima y, en eso, llegó con estrépito más policía.
La prensa escribió sobre un posible ajuste de cuentas, pues el historial del difunto era abultado. Lorenzo, a partir de aquel día, cambió. Se volvió no más chulo, pero si algo más valiente, un auténtico kamikaze de un arrojo suicida. Ha tenido varias peleas. Suele perderlas. Pero sigue pendenciero porque así, piensa, paga lo que ha hecho. Vamos, que se lo debe al espíritu del muerto…
Filemón
-Bases y relatos recibidos-
