Asociación Científico-Cultural Cisco de Picón


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LA NIEVE,
de Macareno convencido

Tengo cuatro años, corre el año 1954, Sevilla, mi ciudad, es caliente porque está cerca de África, los veranos queman por culpa de las calores saharianas, los inviernos son lluviosos, a veces llueve sin parar durante más de dos semanas. A mis cuatro años viví una experiencia mágica…

El invierno se iba, ya se intuía la primavera, se veía venir porque el aire se mecía con diferentes cadencias y el frescor de las noches era más musical, más liviano e insinuaba promesas de días más amplios…

El cuarto ocupado por las dos pretenciosas camas de metal se ha llenado de roces de zapatillas de paño y del trajín de la tía Adela, su marido José y los hijos Roberto y Adelita quienes cuchichean agitados, como deseando romper el descanso del que disfruto. El cuarto no huele como siempre a esa hora temprana, ahora huele a frío. Yo duermo contento, arrebujado entre el revoltijo de sábanas y mantas, cuando noto que me sacan de mi refugio y me exponen sin compasión a la frialdad que reina en la habitación, pero enseguida me devuelven a mi agradable cobijo.

Ahora me llevan en brazos por el cuarto, no puedo ver lo que ocurre porque no deseo liberar mi cara del rebujo que la protege. Me suben escaleras arriba, noto que estoy fuera del dormitorio porque la temperatura es más fría, la tía me lleva a horcajadas. Un ramalazo de luz radiante se me insinúa, saco la cabeza fuera de la protección de la ropa de cama, abro los ojos… y como por arte de magia me hallo en un mundo distinto del que habitaba hace solo unos instantes. Estoy más cerca del cielo, los tejados y azoteas que se divisan desde mi altura no son los mismos que yo recuerdo, todo ha sido cambiado mágicamente durante la noche.

El cambio se ha producido en silencio, seguramente realizado por un mago experimentado. ¡Oh milagro! ¿Qué le ha sucedido a la calle?, tampoco es la misma de ayer, al igual que los tejados de las casas también se ha teñido de blanco, ahora es una calle escarchada muy fría, tapizada con trocitos de espejos que atrapan la luz del sol mañanero y la devuelven multiplicada en un ciclo interminable.

Tía Adela acerca su cara a la mía que está azulada por el frío y exhalando hilachas de vapor me susurra —Mira Joselito, eso es la nieve—. Yo indiferente al excepcional espectáculo, a punto de llorar porque tengo frío, cierro los ojos y visualizo frente a mí una humeante taza rebosando leche dulce y calentita.

Macareno convencido




-Bases y relatos recibidos-

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